Brasil se metió en cuartos de final al vencer a Chile por 3-2 en los penales, luego del empate 1-1. Julio César, el arquero de 34 años, hoy en Toronto, de Canadá, es el héroe del final en una jornada agotadora para las 57.000 personas que coparon este estadio. Durante gran parte de la jornada, el fantasma del Maracanazo de 1950 sobrevoló por el estadio. Hubo tantos momentos: el remate en el travesaño de Pinilla en el último minuto del alargue, esa caminata interminable de Neymar, previo a patear el quinto penal de Brasil, esos lapsos del encuentro en los que la presión invadía las mentes de los futbolistas brasileños, bloqueados ante un escenario marcado por la presión.
Brasil caminó por la cornisa. Por eso, con el partido resuelto, los hinchas brasileños aún lloran en las tribunas, se abrazan con quien puedan, mientras otros con los cuerpos cansados todavía se pellizcan. Los cuartos de final son un hecho, el Mundial en casa sigue de pie. Todo comenzó bien, con ese grito de guerra, una inyección de coraje, que es el himno brasileño en esta Copa del Mundo. Jugadores abrazados, hinchas que cantan con el alma. La música ya no se oye, son sólo voces, es el espaldarazo para salir a la cancha, el mismo que luego se escucha durante el partido para levantar a un equipo sin respuestas.
Parecía una tarde tranquila para los locales. El gol de David Luiz, con ayuda de Jara, quien erró el último penal, presagiaban un camino sencillo rumbo a la próxima rueda ante un Chile al que lo sobrepasaba el escenario. El tercer gol estaba más cerca que el segundo. Hasta que de pronto, la presión reinante le juega una mala pasada al equipo de Scolari. Marcelo saca un lateral, Hulk se la devuelve mal, Vargas recupera el balón y le sirve el gol a Alexis Sánchez, quien define cruzado.
El partido está 1-1 y empieza el juego del miedo. Van 32 minutos del primer tiempo, es la barrera que marca los 88 minutos de tensión que les espera a los hinchas brasileños. A esa caldera que era el estadio al principio le arrojaron mucha agua. Ese volcán en erupción parece un castillo de naipes que se derrumba. Nadie se mueve, todos sentados, paralizados, y eso que el primer tiempo aún no se terminó. El complemento es aún más tenso. Brasil no puede conectar ni dos pases seguidos. Se sabe que, salvo Neymar, los otros delanteros (Fred, Jo o Hulk) no están a la altura de una selección con tanta historia, pero Dani Alves o Marcelo, figuras en Barcelona y Real Madrid, parecen laterales del montón en un escenario en el que se hace hasta difícil respirar.
Miradas azoradas. Los minutos pasan y nada cambia. Los hinchas del pentacampeón del mundo se ilusionan con pelotazos que hacen perder de vista el balón. Intentan cantar el himno, no hay manera de revivir a un equipo que se arrastra de tanto miedo. Van al alargue. Todo sigue igual. Pinilla revienta el travesaño, a un minuto del final, los corazones ya no laten. Ni fuerzas hay para soñar en los penales. Pero ahí revive Brasil, con su chapa, aún con el temor con el que patearon y erraron Willian o Hulk. Julio César ataja su tercer penal. Final de una tarde que Brasil preferirá olvidar.